Detente
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.”
(Salmos 46:10, RVR1960)
En este versículo, Dios no solo nos habla: nos detiene. En medio del bullicio de la vida, de las luchas internas, de las tormentas externas, Él nos ordena algo profundo y espiritual: estar quietos.
Pero esta quietud no es pasividad ni resignación. Es una quietud del alma, una rendición confiada que nace cuando dejamos de pelear con nuestras fuerzas y empezamos a depender totalmente de Él.
Estar quieto es un acto de fe. Es decir: “Dios, tú tienes el control. Yo no lo tengo. Me rindo a tu soberanía”. En la quietud espiritual se callan las quejas, se acallan los miedos, y se afina el oído del corazón para escuchar Su voz.
A veces, Dios no responde en el terremoto ni en el fuego, sino en el silbo apacible y delicado (1 Reyes 19:12). Pero para oírlo, hay que estar quieto.
La quietud espiritual es el terreno fértil para conocer a Dios. No solo saber de Él, sino experimentarlo. En la quietud, dejamos de actuar como si todo dependiera de nosotros y descansamos en el hecho de que Él es Dios, no nosotros.
Hoy, haz una pausa. Apaga el ruido del alma. Cierra los ojos del cuerpo, pero abre los ojos del espíritu. Estar quieto es confiar. Estar quieto es adorar. Estar quieto es conocer a Dios.