David Francis

¿Ha jugado un deporte como el tenis o el béisbol con una pelota y un bate o raqueta? Si es así, entonces usted sabe lo que es el “punto clave”. Es ese lugar en el bate o raqueta que cuando golpea la pelota, es capaz de impulsarla más lejos y más rápido que si la golpeara contra otros partes. Es el lugar exacto donde las cosas se unen para producir el impacto máximo. Hay un “punto clave” en el discipulado, igual que en los deportes, que es el lugar donde se unen tres cosas. En una frase: “el punto clave de la transformación” es la intersección entre la verdad que dan los líderes saludables a alguien que tiene una postura humilde. Líderes dedicados. Verdad bíblica.

Postura humilde. Cuando esas tres cosas se unen en el mismo lugar y al mismo tiempo, es probable que ocurra la transformación. Pero piense con la facilidad que ese medio ambiente se puede dañar si faltara uno de esos factores.

Por ejemplo, usted puede tener un grupo de personas con hambre de la verdad. Incluso, usted podría tener un líder bien intencionado, pero si la pieza central de la conversación no es la Palabra viviente y activa de Dios, es posible que tenga una gran discusión, pero nadie saldrá transformado por el poder del Espíritu Santo.

De la misma forma, es posible que tenga un líder dispuesto y dedicado. Ese líder podría estar presentando la verdad bíblica al grupo, pero si las personas en ese grupo no tienen una postura humilde y enseñable, entonces será como un granjero que siembra semillas en la tierra endurecida por el sol. ¿Suena familiar? Es este último ejemplo el que nos lleva a la necesidad de la comunidad conversacional. Cuando a una persona solo se le permite sentarse y absorber, es más propensa a presentar una postura dura hacia la verdad.

Pero si mudáramos a las personas a los círculos, sacándolas del cómodo silencio y la soledad de las filas, de repente sentirán la expectativa de participar. Un grupo en el que participan las personas tendrá más posibilidad de convertirse en un grupo receptivo a la convicción y al poder
transformador del Espíritu Santo.

No solo eso, sino que un ambiente conversacional y participativo como éste proporciona una mayor oportunidad para que la gente vea la verdad de Dios aplicada específicamente a una situación de su vida a través de la voz y la experiencia de otra persona.

En un ambiente como este, el Espíritu Santo no solo usa al líder, sino también a los miembros individuales del grupo para hablarse uno al otro. Al compartir sus experiencias, sus luchas y sus historias de la fidelidad de Dios, se animan entre sí a las buenas obras y a la dedicación a Dios. Al compartir con los demás de esa forma, se nos animará a creer que es cierto que Dios se preocupa por las decisiones y asuntos que enfrentamos todos los días. También podríamos llevar a la realidad la idea de tomar decisiones que influyan al mundo para Él. Podríamos salir del grupo desafiados y animados no solo a pensar más, sino a llevar a nuestra experiencia personal al mundo que nos rodea. En otras palabras, realmente podríamos aceptar el llamado de Jesús a ser la sal y la luz del mundo.

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