No con manos vacías

Deuteronomio 16:16

La Palabra de Dios enseña:
“Y ninguno se presentará delante del Señor con las manos vacías.”
(Deuteronomio 16:16)

Muchos argumentan que este pasaje fue dirigido solo a Israel en tiempos antiguos, y es cierto que el contexto inmediato es para el pueblo de Israel y las fiestas solemnes. Sin embargo, si aceptamos promesas como las del Salmo 23: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”, o el Salmo 91: “El que habita al abrigo del Altísimo…” como nuestras, ¿por qué ignorar también los llamados a la entrega, al sacrificio y a presentarnos delante de Dios con algo para ofrecer?

No podemos quedarnos solo con las promesas y descartar los principios. Lo cierto es que el corazón de Dios sigue siendo el mismo: Él anhela una relación genuina con sus hijos, y espera de nosotros no las manos vacías, sino corazones entregados.

Dios tiene ángeles que le adoran sin cesar, pero Él desea la alabanza, la adoración y la devoción de sus hijos redimidos, de aquellos que han sido alcanzados por Su gracia. Lo que Dios espera de nosotros es alabanza sincera, adoración verdadera, servicio fiel, devoción constante, obediencia y fe. Quiere que le ofrezcamos nuestro corazón y nuestra vida entera.

El apóstol Pablo lo resume así en Romanos 12:1:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”

No se trata solo de una ofrenda material; es toda nuestra vida. Cada vez que nos acercamos a Su presencia, debemos preguntarnos: ¿qué traigo hoy para ofrecerle? ¿Le estoy entregando mi adoración? ¿Le sirvo con devoción? ¿Le obedezco con fe? ¿Le doy mi corazón?

Cuídate de presentarte ante el Señor con las manos vacías. Asegúrate de ofrecerle tu mejor alabanza, tu tiempo, tus recursos, tu servicio, tu obediencia y, sobre todo, tu corazón. Porque cuando nos entregamos completamente a Él, su presencia nos bendice, transforma y renueva.

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