y el ministerio pastoral
Dr. Fred Garmon

Qué decepcionante es encontrarse en una sala llena de personas con quienes esperarías compartir la misión y los compromisos del trabajo pastoral y en menos de diez minutos darte cuenta de que no tienes nada en común con ellas. Hablan de imágenes y estadísticas. Mencionan nombres como quien no quiere la cosa. Hablan de influencias y estatus. Los asuntos de Dios, el alma y las Escrituras no son grano para sus molinos (Eugene Peterson).

LA ALARMANTE FALTA de conciencia personal entre ministros, descrita por Peterson, es pasada por alto, mientras que ciertas prácticas ministeriales son aceptadas aun cuando socavan un fundamento, que ya de por sí es inestable.

Cuando era un universitario, en mi iglesia hubo un concierto con un trío conocido como “Los eclesiásticos”, el cual había popularizado una canción conmovedora e inspiradora, titulada, “El camino largo y tortuoso”. La letra dice: “Sé que estoy de viaje, recuerdo haber pasado por el Calvario. Aunque este camino es polvoriento y viejo, siempre ha soportado la carga del viajero; algún día se convertirá en oro”. 

Me parece que en algún lugar del camino la gente toma la decisión de “cambiar su viaje”. Y comienzan poco a poco, hasta que sus decisiones afectan el púlpito y las bancas, dejando una estela de daños colaterales por todos lados.

El mayor problema que he encontrado en mi ministerio es el misterioso predicamento de ministros que reprueban el examen de la ética y las normas morales hasta en las situaciones más sencillas.

Escuché de un incidente que implicaba a un joven aspirante a una posición dentro de una compañía Fortune 500. La entrevista se extendió hasta la hora del almuerzo, así que el ejecutivo invitó al joven a la cafetería. Mientras estaban en la fila, el ejecutivo notó que el joven había escondido dos barritas de mantequilla debajo del plato del pan. No se lo mencionó al cajero. Está de más decir que tampoco fue contratado. El ejecutivo concluyó acertadamente que si éste muchacho era capaz de robarse cinco centavos de mantequilla, no tendría reparos en llevarse algo de mayor envergadura.

Vivimos en una época en que no podemos suponer ni la ética ni los principios morales de una persona o grupo. Ni siquiera la ética cristiana garantiza la integridad, mientras que la ética ministerial debe ser cuestionada y tomada con recelo.

Nuestras sospechas están garantizadas debido a que hemos sido decepcionados por alguien de confianza o por nuestro tutor o tutora, a quien admirábamos sin saber que tenían pies de barro. Pero esto no resuelve el enigma. La mayoría no ha sido tan ingenua como para creerse que sus héroes y heroínas no son humanos. Sin embargo, la disonancia entre la conducta y el discurso ha provocado un vértigo espiritual y emocional, una pérdida de balance ante la sorprendente revelación de la falta de ética.

¿A qué se debe? ¿Qué pasó con nuestra brújula moral? ¿Qué pasó con la toma de deci siones rectas? ¿Qué pasó con el sentido común y la debida consideración de los demás? ¿Qué pasó con esa “vocecita” que cuidaba nuestro carácter tras bastidores? El veredicto es claro. 

Ya no estamos en la era de la ilustración, pues no sabemos qué debemos hacer. O mejor dicho, de no estar dispuestos a hacer lo que deberíamos. Esta época tiene un dejo de Jueces: «En aquellos días no había rey en Israel y cada cual hacía lo que bien le parecía» (21: 25). No tenemos un rey, líder, una norma, ética o brújula que funcione correctamente. Ni siquiera seguimos a la estrella del norte. 

Quizá George Barna, un prominente sociólogo cristiano, estaba imaginándoselo cuando escribió: «El aguijón en la carne no es nuestra teología, sino nuestra incapacidad de aplicarla, no el contenido de nuestro mensaje, sino de practicar lo que predicamos». 

Todos estamos de acuerdo con que la Iglesia debe internalizar y demostrar un con junto de convicciones y conductas distintas de las adoptadas por la mayoría de la sociedad. Pero para el espectador promedio, los cristianos no son diferentes, ni siquiera los pastores se escapan de este juicio. Si fuera cierto, entonces, nuestra fe sería una teoría, una decisión emocional y una muleta psicológico que alivia la conciencia, pero que no define lo que somos, la manera de comportamos, ni trans-
forma o sostiene a través de la vida.


Cuánto quisiera decirle que nada de esto ocurre en la Iglesia de Dios y menos entre su ministerio. También, me gustaría informarque todos los ministros han corregido su rumbo y están tomando decisiones coherentes, prácticas, éticas y morales, a tono con la ruta del Calvario. Pero todos conocemos la triste verdad. El individualismo, el relativismo, la autopromoción, el instinto de sobrevivencia y autoengaño, junto con un espíritu arrogante han reemplazado a la humildad y confianza en Dios. 

La ética del carácter, que fue edificada sobre el fundamento seguro de la integridad, fidelidad, valentía, justicia, paciencia, modestia y la regla de oro, ha dado paso a una ética de la personalidad, la cual tiene su fundamento sobre las arenas movedizas de la ambición, el egoísmo, la imagen pública, la política, los
trucos, las habilidades y técnicas.

Por ende, aquella que entra al ministerio no tarda en comprender que puede disfrutar de una buena reputación sin dedicarse de lleno a las acciones cristianas y auténticas, conocidas como “actos silenciosos”. Estas conductas requieren autodisciplina, confianza en los principios justos y una relación madura y personal
con Jesucristo, ésa que mantiene el enfoque en la fidelidad hacia las cosas pequeñas, que te lleva por ese camino largo y tortuoso.

Así que, concluyo estos pensamientos con una pregunta, una advertencia aleccionadora y un desafío. Pregunta: ¿Y qué de las palabras de Cristo en el capítulo 17 de Juan, en donde nos describe como “en el mundo”, pero “no del mundo”? Como dice el gran predicador, Chuck Swindoll: “Se supone que la barca esté en el agua, no que el agua entre a la barca”. 

Advertencia: El pensamiento es terrible, pero cierto. Un ministro puede falsificar muchos de los aspectos de su profesión con tal de satisfacer las demandas de la gente. Alguien dijo, “nadie puede fingir que es pastor, sin antes ser un pastor”.

Desafío: El pastor y la pastora saben hacerlo correcto. Mi sugerencia es sencilla:  adopte el lema de Nike y “hágalo”.

El Dr. Fred Garmon es el director ejecutivo dePeople for Care and Learning

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