“Evangelio” es una palabra de origen griego que significa “buena noticia”. Desde el punto de vista de la fe cristiana, solo hay un evangelio: el de Jesucristo. Porque él mismo, el Hijo de Dios encarnado en la naturaleza humana (Jn 1.14) y autor de la vida y de la salvación (Hch 3.15; Heb 2.10; 12.2), es la buena noticia que constituye el corazón del NT y fundamenta la predicación de la iglesia desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días.
Sin embargo, dado que toda noticia supone la comunicación de un mensaje, también llamamos “evangelio” al conjunto de los libros del NT, que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, fueron escritos para comunicar la buena noticia de la venida de Cristo y, con él, la del reino eterno de Dios (Mt 3.2; 4.17; Mc 1.1,14–15; Lc 2.10; Ro 1.1–6, 16–17). En este mismo sentido, el apóstol Pablo gusta hablar de “mi evangelio”, haciendo así referencia al anuncio de la gracia divina que él proclamaba (Ro 1.1, 9,16; 16.25; 1 Co 15.1; Gl 2.7; 2 Ti 2.8): un mensaje que ya antes se había escuchado en Israel (Is 35; 40.9–11; 52.7; 61.1–2a), pero que ahora se extiende al mundo entero, a cuantos por medio de la fe aceptan a Cristo como Señor y Salvador (cf., entre otros, Ro 1.5; 5.1; 6.14, 22–23).
En un tercer sentido, el uso ha generalizado la aplicación del término “evangelio” a cada uno de los libros del NT (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) que nos han transmitido prácticamente la totalidad de lo que sabemos acerca de Jesús: de su vida y actividad, de su pasión y muerte, de su resurrección y glorificación.
Desde la perspectiva de la fe cristiana, la palabra “evangelio” contiene, pues, una triple referencia: en primer lugar, a Jesucristo, cuya venida es el acontecimiento definitivo de la revelación de Dios al ser humano; en segundo lugar, a la predicación oral y a la comunicación escrita de la buena noticia de la salvación por la fe; y, por último, a los cuatro libros del NT que desde el s. II se conocen por la designación genérica de “los evangelios”.
Evangelios y evangelistas
Tradicionalmente, los autores de los cuatro primeros libros del NT reciben el nombre de “evangelistas”, título que en la iglesia primitiva correspondía a las personas a quienes, de modo específico, se confiaba la función de anunciar la buena noticia de Jesucristo (Hch 21.8; Ef 4.11; 2 Ti 4.5. Cf. Hch 8.12, 40).
Durante los años siguientes a la ascensión del Señor, la predicación apostólica fue sobre todo verbal, como vemos por la lectura de Hechos. Más tarde, cuando empezaron a desaparecer aquellos que habían conocido a Jesús en persona, la iglesia sintió la necesidad de fijar por escrito la memoria de las palabras que le habían oído pronunciar y de los actos que de él habían presenciado. Durante cierto tiempo, circularon por aquel entonces entre las comunidades cristianas numerosos textos referentes a Jesús, que en la mayoría de los casos eran simples apuntes dispersos y sin conexión. Sin embargo, a pesar de su carácter fragmentario, aquellos breves relatos representaron el paso de la tradición oral a la escrita, paso que presidió el nacimiento de nuestros cuatro evangelios.
El propósito principal de los evangelistas no fue ofrecer una historia detallada de las circunstancias que rodearon la vida de nuestro Señor, y de los eventos que la enmarcaron; tampoco se proponían reproducir al pie de la letra sus discursos y enseñanzas, ni sus discusiones con las autoridades religiosas judías. En consecuencia, hay muchos datos relativos al hombre Jesús de Nazaret que nunca nos serán conocidos; aunque, por otro lado, no cabe duda de que ya Dios ha revelado por medio de los evangelistas (cf. Jn 20.30; 21.25) todo los que no debemos ignorar. En realidad, ellos no escribieron para transmitir una cabal información de género biográfico, sino, como dice Juan, «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (20.31).
Los evangelios contienen, pues, un conjunto de narraciones centradas en la persona de Jesús de Nazaret y escritas con un propósito testimonial, para edificación de la iglesia y comunicación de la fe. Pero esto no significa que los evangelistas manejaran descuidadamente los datos, las palabras y los hechos que recopilaron y que fueron sus elementos de información. Pues si bien es cierto que ellos no trataron de escribir ninguna biografía (al menos en el sentido específico que hoy damos al término), igualmente lo es que sus escritos responden con fidelidad al discurso histórico tal y como se elaboraba entonces, ya sea por haber conocido personalmente a Jesús o por haber sido compañeros de los apóstoles que vivieron junto a él.
La obra de los evangelistas se nutrió especialmente de los recuerdos que, en relación con el Señor, se guardaban en el seno de la iglesia como un depósito precioso. Esos recuerdos se trasmitían en el culto, en la enseñanza y en la actividad misionera; esto es, en la predicación oral, que durante largos años y con perspectiva escatológica fue el medio idóneo para revivir, desde la fe y en beneficio de la fe, el acontecimiento fundamental de Cristo resucitado.
Los evangelios sinópticos
La simple lectura de los evangelios conduce en seguida a una primera clasificación, resultado de constatar, por una parte, la amplia coincidencia de Mateo, Marcos y Lucas en los temas que tratan y en la disposición de los elementos narrativos que introducen, y por otra, el que Juan, cuya aparición fue posterior a los otros tres (acerca del tema de las fechas véanse las Introducciones a los evangelios), parece como si quisiera suplementar los relatos anteriores con una nueva y distinta visión de la vida de Jesús. Porque, en efecto, a excepción de los sucesos que integran la historia de la pasión, tan solo tres de los hechos referidos por Juan (1.19–28; 6.1–13 y 6.16–21) se encuentran también consignados en los otros evangelios.
De ahí se desprende que, así como el Evangelio según san Juan requiere una consideración aparte, los de Mateo, Marcos y Lucas están estrechamente relacionados. Siguiendo vías paralelas, ofrecen en sus respectivas narraciones tres enfoques diferentes de la vida del Señor. Por ese paralelismo, por las muchas analogías que aproximan a estos evangelios tanto en la materia expuesta como en la forma de disponerla, desde el s. XVIII se les viene designando como “los sinópticos”, palabra tomada del griego y equivalente a “visión simultánea” de alguna cosa.
Los sinópticos comenzaron a aparecer probablemente alrededor del año 70. Después de la publicación del Evangelio según san Marcos, se escribió primero el de Mateo y luego el de Lucas. Ambos se sirvieron, en mayor o menor medida, de la casi totalidad de los materiales incorporados en Marcos, reelaborándolos y ampliándolos con otros; por esta razón Marcos está casi íntegramente representado en las páginas de Mateo y de Lucas. En cuanto a los nuevos materiales mencionados, es decir, los que no se encuentran en Marcos, una parte la emplearon simultáneamente Mateo y Lucas, y otra la utilizó cada uno de ellos de manera exclusiva.
Aunque los autores sinópticos redactaron textos paralelos, lo hicieron desde puntos de vista diferentes y aportando cada cual su propia personalidad, cultura y estilo literario. Por ello, la obra de los evangelistas no surge como el producto de una elaboración conjunta, sino como un hecho que se advierte singular desde sus planteamientos iniciales hasta su realización definitiva. En cuanto a los objetivos, también son diferentes en cada caso: mientras que Mateo contempla a Jesús de Nazaret como el Mesías anunciado proféticamente, Marcos lo ve como la manifestación del poder de Dios, y Lucas como el Salvador de un mundo perdido a causa del pecado.
Vigencia y actualidad de los evangelios
Para la comunidad cristiana, el valor de los evangelios es insustituible y permanente; ocupan un lugar único, tanto en el ámbito general de la iglesia como en el particular de la devoción privada. Los evangelios son el solo canal que conduce al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, pues no existe ningún otro documento que, en realidad, le haga presente. Además, ponen de manifiesto cómo el Espíritu Santo inspiró en los evangelistas la buena noticia de la salvación, para que ellos, a su vez, la proclamaran con su propia voz, humilde y sencilla, pero llamada a hacer llegar la palabra de Dios a toda la humanidad.
Reina Valera Revisada (1995) Bible Text. electronic ed. Miami : Sociedades Biblicas Unidas, 1998, S.