El Secreto Para Convertirse En Un…
J. Lee Grady
Desde que Dios me llamó a predicar, he luchado con mi profunda inseguridad sobre mi estilo. No puedo electrificar a una multitud como T. D. Jakes, ni llenar un estadio como un Reinhard Bonnke, ni lograr que mis sermones sean el tema de la semana en Twitter, como le sucede a Craig Groeschel o Steven Furtick. Esos hombres dan jonrones con sus sermones. Yo no paso de primera o me poncho de inmediato.
Durante años me sentí como el Moisés reticente que se quejó con Dios: «Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente» (Éxodo 4:10, LBLA). El Señor seguía obligándome a salirme de mi zona de comodidad, instándome a rendirle mis temores cada vez que tomaba el micrófono. Una vez me dijo: “No te llamé para que fueras otro T.D. Jakes. Te llamé para que seas tú”. Muchas veces salía malhumorado de una iglesia o conferencia. Luchaba contra el desaliento y me preguntaba si el mensaje había dado en el clavo. ¿Prediqué bien? ¿Llegó el
mensaje? Finalmente, le pregunté a un pastor mayor si había luchado contra los sentimientos de ineptitud en el púlpito. Me sonrió y dijo: “Hijo, así me he sentido todos los lunes de mi vida”.
Estoy aprendiendo uno de los secretos más incómodos de la predicación: aquellos que se atreven a dejar que Dios hable a través de ellos y ellas, siempre padecerán una agonía santa. La predicación del evangelio es una responsabilidad terrible y gloriosa. El hablar bajo la unción del Espíritu Santo e impartir las verdades de
Cristo nos acerca tanto a él que nuestro orgullo queda en entredicho.
La historia de Jericó así lo demuestra. Dios le dijo a Josué que organizara una marcha alrededor de la ciudad amurallada por siete días. El arca del pacto iría en la delantera, acompañado por siete sacerdotes que tocarían las trompetas. El último día, las murallas de Jericó cayeron a los gritos del pueblo.
Los carismáticos hemos espiritualizado esta historia con proporciones cósmicas. Algunos creímos que tocar los cuernos en cada culto estimularía el crecimiento de nuestras iglesias.
(¡La verdad es que no crecimos muchos porque el sonido asustaba a la gente!) Otros creímos que debíamos marchar alrededor del templo toda la noche o celebrar maratones de gritería. No estoy en contra de los gritos, las marchas o el cuerno, pero no quisiera que perdiésemos el punto de esta historia: la predicación poderosa y profética hace caer las murallas de la resistencia espiritual. Hay que proclamar la Palabra de Dios. Fíjese en estos tres puntos sobre la historia de Jericó:
1. Las trompetas eran cuernos de carnero.
Dios usa lo débil de este mundo para confundir a lo fuerte. El apóstol Pablo dice
que la predicación es una “locura” (véase 1 Corintios 1:18). No es malo que perfeccione sus habilidades como orador, pero no al punto de quedarse sin un mensaje. No trate de ser sofisticado. Usted es un cuerno.
Algunos predicadores norteamericanos sorprenden a la gente con anécdotas dramáticas, segmentos de películas, gráficas y toda esa palabrería motivacional. De buenas a primeras suena bien. Pero a veces, después de los aplausos, comprendemos que eran solamente palabras dulces para el oído. En lugar de esos
libretos pulidos, necesitamos que los púlpitos se llenen con las súplicas y los clamores crudos, desordenados, honestos y quebrantados de hombres y mujeres que estén llenos del Espíritu Santo.
Los cuernos provienen de animales sacrificados. Sólo los predicadores y las predicadoras consagrados, que han muerto a sí mismos, pueden derribar las murallas espirituales.
2. Las trompetas fueron tocadas por siete días.
Nos encantan los sermones sensacionales de YouTube, esos donde la gente agitapañuelos y danza por los pasillos. Pero el Reino de Dios no descansa sobre funciones de una noche. Cuando el apóstol Pablo predicaba, rara vez obtenías resultados inmediatos… o positivos. A veces se formaba un disturbio, seguido por una estadía en la cárcel.
Dios no está buscando sermones sensaciones, sino una vida de fidelidad a la predicación. Él prefiere la perseverancia a los fuegos artificiales. Nos gozamos con esos momentos emocionantes donde vemos pañuelos en el aire; pero Dios también se mueve en vez de amenes solamente se oye el timbre de los celulares y el llanto de los bebés.
3. Las trompetas fueron tocadas por personajes anónimos.
La Biblia no nos dice quienes tocaron las trompetas en el capítulo 6 de Josué. Sabemos que jugaron un papel importante, pero desconocemos sus nombres. Caminaron por el desi erto seco, alrededor de Jericó, durante siete días
monótonos, tocando sus cuernos hasta que quedarse sin gargantas y con labios partidos.
Y al final, cuando por fin cayeron las murallas de la ciudad, las Escrituras dicen que la fama de Josué aumentó, pero no la de los músicos (véase Josué 6:27).Hoy, necesitamos predicadores y predicadoras que estén dispuestos a llevar fielmente la Palabra de Dios, sin estar a la espera de fama o fortuna. Si de verdad desea que Cristo se lleve la gloria, no se preocupe por su rendimiento o los
aplausos. Haga su trabajo. Predique la Palabra y los muros caerán.
J. Lee Grady es el antiguo editor de la Revista
Carisma. Engage 2013. p27