

“Para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.” Hechos 17:27
Introducción
Vivimos en tiempos en los que la rutina, la tradición y la religiosidad pueden llevarnos, casi sin darnos cuenta, a una fe superficial y desgastada. A menudo, la familiaridad con los actos devocionales puede hacer que nuestra relación con Dios pierda frescura y vitalidad. Sin embargo, el llamado del Señor es radicalmente distinto: Él nos invita a una comunión viva, auténtica y en constante crecimiento. Como cristianos pentecostales, afirmamos que la presencia de Dios es real, accesible y transformadora, y que es posible experimentar una vida espiritual dinámica y renovada cada día.
1. La búsqueda de Dios debe ser consciente
Cada intento de oración o adoración no debe reducirse a un simple acto religioso ni a una costumbre vacía. La Escritura nos recuerda:
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:24, RVR1960).
Esto significa que la auténtica búsqueda de Dios nace de una decisión deliberada y de una entrega sincera del corazón. No se trata de fórmulas ni de repeticiones automáticas, sino de un encuentro personal y transformador con el Padre. En palabras de Rodríguez (2022),
“La espiritualidad pentecostal no es repetición de fórmulas, sino un encuentro personal, consciente y transformador con el Dios vivo” (p. 53).
En este sentido, se enfatiza que el Espíritu Santo activa nuestros sentidos espirituales para que podamos percibir y responder a la presencia divina, llevando la experiencia cristiana más allá de lo ritual y lo cotidiano. La búsqueda consciente de Dios nos invita a estar atentos a Su voz, a discernir Su voluntad y a cultivar una sensibilidad espiritual que transforme cada aspecto de nuestra vida diaria.
2. La búsqueda de Dios debe ser constante
No es suficiente acudir a Dios solo en momentos de crisis o de necesidad, ni limitar nuestra vida devocional a ciertos días o eventos especiales. El apóstol Pablo exhorta a los creyentes:
“Orad sin cesar.” (1 Tesalonicenses 5:17).
Esta invitación implica que la oración y la adoración deben convertirse en el pulso vital de nuestra existencia, formando parte integral de nuestro diario vivir. En la tradición pentecostal, la experiencia de la presencia de Dios no es un acontecimiento aislado, sino una realidad continua que sostiene y transforma nuestra jornada.
García (2021) lo expresa de manera elocuente:
“La constancia en la presencia de Dios es lo que distingue al discípulo genuino; no vive de eventos, vive de relación continua” (p. 112).
Así, la búsqueda constante de Dios exige una disciplina espiritual que se expresa en la práctica diaria de la oración, la meditación en la Palabra y la dependencia del Espíritu Santo en cada decisión y circunstancia. Esto nos mantiene arraigados y firmes, permitiendo que la gracia de Dios modele nuestro carácter y nos prepare para toda buena obra.
3. La búsqueda de Dios debe ser progresiva
La vida cristiana no es estática, sino una travesía de crecimiento y maduración. El apóstol Pablo afirma:
“Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14, RVR1960).
Nuestra prioridad como creyentes no debe ser simplemente mejorar en lo externo o acumular conocimiento, sino avanzar cada día hacia una relación más íntima y profunda con el Señor. El progreso espiritual es evidencia de que estamos siendo conformados a la imagen de Cristo y que estamos respondiendo al llamado del Espíritu a una mayor entrega y compromiso.
Morales (2020) señala:
“El crecimiento espiritual del creyente se da cuando su prioridad es conocer y agradar a Dios por encima de todo” (p. 79).
La obra del Espíritu Santo en nosotros es dinámica, llevándonos de gloria en gloria, motivándonos a buscar más de Dios y a no conformarnos con experiencias pasadas. Cada nuevo día es una oportunidad para avanzar, para ser renovados en nuestro entendimiento y para experimentar nuevos niveles de gracia, poder y amor en nuestra relación con el Padre.
Conclusión
El desafío es claro: que cada oración, cada acto de adoración y cada decisión de nuestra vida sea parte de una búsqueda consciente, constante y progresiva de la presencia de Dios. No caigamos en la trampa de la rutina ni permitamos que la relación con nuestro Señor se convierta en algo ocasional o superficial. Permitamos que Su Espíritu renueve nuestra pasión, profundice nuestro compromiso y nos impulse a caminar cada día en comunión real con Él.
Oración final
Señor, ayúdanos a vivir en una búsqueda consciente de Ti. Que no nos conformemos con la rutina ni con experiencias del pasado, sino que cada día seamos movidos a crecer como hijos tuyos. Haznos sensibles a Tu presencia y dependientes de Tu gracia en todo momento. Amén.
Referencia
- Rodríguez, M. (2022). Pentecostalismo y vida espiritual hoy. Editorial Vida.
- Morales, J. (2020). Madurez espiritual en tiempos de cambio. Casa Pentecostal.
- García, L. (2021). La presencia continua de Dios. Editorial Unción Fresca.